El Yo superior, que es el alma, nos permite entrar en contacto con otros mundos.

Hablamos de la vida divina, que expande, que dilata, que tiene otro horizonte.

Nuestro espíritu está ahí, en la antesala, esperado pacientemente hacer contacto con nuestra materia.


Cuando eso ocurre, se enciende una llama, y lo que hasta entonces era oscuro se convierte en luz.

“Tonterías”, nos dirán, nos diremos.

Pero los que han conocido los estados de supra consciencia dan fe de ello.

El que ha contactado con su alma, siquiera por un momento, lleva grabada en su mente la idea de que hay otro mundo.

Participar en la vida divina: tan lejos, tan cerca.

El espíritu aguarda.

Con su Yo superior el hombre participa en la vida divina. Y porque participa en la vida divina, participa también en el trabajo de Dios. Por el momento, aún no puede darse cuenta de los resultados que producen sus actividades en las esferas superiores de su ser, porque todavía no ha logrado establecer una conexión consciente con ellas; y debe trabajar, por tanto, en esta conexión.

El hombre está habitado por el Espíritu divino, y debe ponerse a su servicio. No para reforzarle: el Espíritu es todopoderoso; no para instruirle: ya es omnisciente; ni para purificarle: ya es una llama. El hombre debe ocuparse solamente de abrirle camino hasta su conciencia, y será entonces cuando participará plenamente en el trabajo de Dios. 

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: fiesta de fin de curso de Anand Bhavan, del programa Colores de Calcuta, abril 2010