Hoy se nos habla de iniciar el camino divino, que es otra forma de hablar del camino de regreso a la casa del Padre.

Significa reconocer nuestra naturaleza última para intentar recrearla aquí en la tierra.

Es el camino más hermoso que podemos emprender.

No se trata de grandes gestas, al contrario, se trata de traer la consciencia a cada pequeña cosa. De intentar mirar al alma cuado se mira a los ojos de otro ser.

Poco a poco nuestra consciencia se abre a otro mundo y la palabra “amor” toma otra forma.

Pero hay que estar alerta para no volver atrás, para que el torbellino de la vida no nos agarre en su demencial giro.

La centrifugadora no para. Ya nos ha arrastrado otras veces.

Que no haya más veces.

Desde la meditación muy temprana hasta el último pensamiento antes de ir a dormir, es importante traer a nuestra consciencia que el “camino divino” no es una quimera y que todos, tarde o temprano, hemos de fatigarlo.

Una vez iniciado el camino divino, esforzaos en no volver hacia atrás. Y para no volver hacia atrás, el método más seguro es vigilar los más pequeños actos de la vida diaria. Es inútil alimentar nobles aspiraciones, si no van acompañadas cada día de una buena actitud interior, pero también por un buen comportamiento exterior. Cada pensamiento, cada sentimiento, cada acto es importante. Porque la existencia es un todo en el que cada elemento tiene vínculos secretos con los otros, ninguno está aislado.

La vida diaria constituye el zócalo sobre el que construís todos vuestros grandes proyectos. Bien os dediquéis a la filosofía, al arte, a la política, a la ciencia o a la espiritualidad, no basta con conseguir competencias en estas materias. Es toda vuestra vida la que debe alimentar vuestra vocación.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86): pensamientos cotidianos. Foto: dispensario de Pilkhana, Howrah, Calcuta, abril 2010