Hoy se nos habla de vivir en conexión.

La conexión tiene tres efectos:

El primero es refugio, acogida. Consciente o inconscientemente todos necesitamos ese refugio reparador.

 


El segundo es manantial, renovación, energía, agua viva, claridad. Vida.

 

El tercero es ambrosía, dulzura, saberse en casa dondequiera que uno esté. Es hablar con Dios cuando se habla con el otro, cuando habla la naturaleza, cuando se come en silencio, cuando cantan los pájaros (porque ¡cómo cantan!), cuando se recibe el calor del sol, cuando se escucha el vocerío de los niños en el recreo tras la tapia de un colegio…

Cuando… (la lista es muy extensa).

Pasan los días y pasa la vida y rara vez estamos conectados, pues todo tira de nosotros…. aparatos desconectados de la fuente primordial.

Pero a nuestro lado discurre el camino de la gracia.

«Incluso en medio de una actividad, es importante detenerse, al menos unos segundos, para poder mantener el contacto con las Inteligencias celestiales, con las entidades creadoras. En este contacto, en este vínculo, encontramos el equilibrio, la paz, y sobre todo la luz que nos permite actuar correctamente.

¿Cómo definir este vínculo? Cuando os despertáis por la mañana, vuestra habitación está sumida en la oscuridad y, antes incluso de salir de la cama para ir a lavaros y vestiros, encendéis la luz, porque si no, corréis peligro de tropezar, de empujar o romper algún objeto. Ahí tenéis el contacto, el vínculo: empezar llamando a la luz. Y en el plano psíquico, no es sólo por la mañana, sino varias veces durante el día, que debéis encender la luz, porque lo más importante siempre es empezar por ver con claridad para poder orientarse. Cada vez que nos conectamos con el Señor, Él marca con su sello el trabajo que vamos a emprender.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: Hawaii (Olga María Diego Thomas, octubre 2013)