«Un país es como un río en el que se encuentran, durante un cierto tiempo, almas de una gran diversidad que un decreto del destino ha hecho precisamente descender a este lugar: algunas ya vienen de este país, pero la mayoría vienen de otra parte. Por eso, cuando algunos, en nombre del amor por la patria, se creen justificados para despreciar a otros países, o para odiarles incluso, no sospechan, los pobres ignorantes, que en otra encarnación fueron ciudadanos de estos países ¡y que hacían los mismos razonamientos estúpidos y limitados con respecto a la patria que quieren ahora defender!… Un país sólo es nuestra patria durante esta encarnación. ¡Cuántos franceses han detestado a Alemania, o a Inglaterra, sin pensar que en una encarnación precedente, eran alemanes o ingleses, y que habían, entonces, detestado a Francia!… Esta ley es la misma para los países del mundo entero, y vale también para las religiones. ¡Cuántos cristianos odian a los judíos o a los musulmanes, sin imaginarse ni por un momento que, en otra encarnación, fueron ellos mismos judíos o musulmanes! Y lo mismo sucede con los judíos y los musulmanes… Pertenecer a un pueblo o a una religión es siempre una experiencia limitada en el tiempo.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Abantos, El Escorial, 6 noviembre 2015  (Violeta Arribas)