{jcomments on}

Cada día, nuestra vibración puede ser armoniosa o convulsa.

La vibración armoniosa, se nos dice, entra en relación con la gran armonía cósmica, que “nos afinará como se afina un instrumento”,  permitiendo que “el Espíritu venga a acariciarnos” y que “obtenga de nosotros los más hermosos sonidos”.

Las vibraciones de armonía son sumamente poderosas y benéficas: curan por dentro y por fuera.

Antes de cada encuentro del día podemos parar unos segundos para armonizarnos, para que en ese encuentro nuestra vibración sea, ante todo, armoniosa.


El poder transformador de la armonía es muy elevado.

Podemos ser transmisores de la armonía suprema.

Podemos ser embajadores de la luz.

«Cuanto más numerosos seamos al reunirnos, con mayor fuerza nuestro resplandor fraternal atrae a entidades divinas que vienen a ayudarnos, a darnos salud, fuerza, luz. No nos reunimos por el puro placer de encontrarnos y para pasar el tiempo agradablemente, sino para efectuar un trabajo consciente. Y este trabajo consiste en someter nuestra vida personal, egoísta, a la ley de la fraternidad, de la universalidad, de la armonía. Cada vibración armoniosa que logramos crear en nosotros, entra en relación con la gran armonía cósmica. La palabra «armonía» resume todas las virtudes, todas las bendiciones. Cuando la armonía penetre en nosotros, nos afinará como se afina un instrumento, y el Espíritu que vendrá a acariciarnos, obtendrá de nosotros los más hermosos sonidos. Esto es trabajar para el Reino de Dios.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: inicio de la primavera en Madrid