Hace unos días este árbol erguido ante nosotros nos hablaba de nuestro potencial.

Un día, hace quizás varios cientos de años, la semilla de este árbol empezó a crecer.

Fue creciendo hacia abajo en forma de raíces y también hacia arriba saliendo a la superficie.

El árbol, ya majestuoso, es un monumento que hoy contemplamos con los ojos muy abiertos de admiración.

Así es nuestra semilla divina. Es muy pequeña pero puede convertirse en un árbol de plenitud. Nos pide que la reguemos, que la cuidemos, que la permitamos crecer.

Hay que abonar nuestro interior para que esa semilla crezca. El abono es siempre el mismo: bondad, decencia, amabilidad, simplicidad, paciencia, verdad, fe.

Nuestras raíces pueden ser como las del árbol: fuertes, seguras. Y, también como el árbol, podemos proyectarnos hacia arriba, siempre buscando el cielo, lo alto.

Nuestro destino es hacer florecer en nosotros la naturaleza divina, hacer crecer esa semilla.

El árbol, con su magnífica presencia, siempre nos recuerda ese precioso potencial.

Foto: árbol centenario en los jardines del Global Retreat Centre, de la Universidad Espiritual Brahma Kumaris, Oxford, 10 julio 2011: Cortesía de Guido del Buono