Los humanos nos juzgamos permanentemente unos a otros.

Con gran frecuencia criticamos en el otro defectos y actitudes que permanecen vivos en nosotros.

La voz de la consciencia, nuestra voz interior, a veces nos habla, pero a base de ignorarla, desaparece poco a poco.

El alma no insiste.

Nosotros, ya ajenos a esa voz para siempre, seguimos despellejándonos unos a otros. Y en esta magia se pasa la vida, a garrotazos.

Podemos seguir en esa sordera mucho tiempo.

Pero las tres puertas de las que habló Sócrates siguen proporcionando buen consejo antes de hablar.

Los sabios guardan silencio, y cuando hablan lo hacen con indulgencia y con amor.

Siempre, en estas notas, hablamos de una elección personal.

Sólo tenéis derecho a criticar de los demás aquellas debilidades que habéis logrado vencer en vosotros. Cada vez que emitís un juicio negativo sobre alguien, sois juzgados vosotros mismos. ¿Y por quién? Por vuestra conciencia, vuestro tribunal interior. Una voz se despierta entonces en vosotros para preguntar: «Y tú que te pronuncias así, ¿estás seguro que de una forma o de otra no tienes este defecto?… ¿A esta debilidad de la que ya eres culpable, por qué añades la falta de indulgencia, la falta de amor? ¿No sientes que en tu corazón, en tu alma, estás perdiendo alguna cosa?»

He aquí el castigo infringido a aquel que juzga a los demás sin tener derecho a hacerlo: las luces lo abandonan. Algunos dirán: «¡Pero esta voz de la que nos habla, no la hemos escuchado nunca!» Evidentemente, porque han hecho todo lo posible para volverse sordos.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: fiesta de fin de curso en Anand Bhavan, del programa Colores de Calcuta, 25 abril 2010