Hoy se nos habla de estar vigilantes.

Hay un milagro ahí fuera, que empieza con la salida del sol, pero que no vemos.

El amor humano está trenzado de intereses, de deseos y apegos.

Aïvanhov nos habla hoy de la posibilidad de extraer en cada encuentro los elementos más puros, más cálidos y más luminosos.

Nos invita a profundizar en otro concepto de amor.

Nos invita a romper cadenas y a ser libres.

¿Cuál será nuestra respuesta a tan bellas invitaciones?

«El verdadero amor es una vibración de una extrema sutileza, y para emitir esta vibración, así como para captarla, se necesita mucha atención, mucha vigilancia. Nada es más importante que saber dar y recibir amor. Aquél que lo ha comprendido siente una plenitud tal, una alegría tan grande, que todo lo demás palidece a su lado. Porque el amor es ciertamente algo muy distinto a esta atracción que empuja a los humanos los unos hacia los otros, y que hace que se separen cuando cesa esta atracción y se sienten atraídos hacia otra persona.

El día que sepáis lo que es el amor verdadero, extraeréis de cada encuentro los elementos más puros, más cálidos, más luminosos, elementos de inmortalidad, y cada uno por su parte dirá: «¡Gracias, Dios mío! Tu me has enviado a un ser que para mí es como el sol, que me calienta y me da luz durante el invierno, como una fruta deliciosa y perfumada que me alimenta, como el agua que me refresca, como el aire que me da ligereza.»»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: lavandas en julio (David Seaton)