Hoy hablamos mucho de nuestra huella ecológica en la tierra, sin duda importante.

Todo deja una huella, incluidos nuestros pensamientos.

En cada espacio que ocupamos podemos dejar orden y armonía, o desorden.

También ocurre con las palabras, con nuestros movimientos.


Los seres humanos a nuestro paso podemos dejar una fragancia o un hedor, una basura.

Podemos llevar, se nos dice, el Paraíso con nosotros, para decir sin decirlo “respeto la vida divina que hay en mi”.

Son distintas opciones a nuestro alcance.

«La gente se imagina que podrá resolver sus problemas mudándose, cambiando sus condiciones materiales de existencia. En realidad, son como estos pajarillos que decían un día a su madre: «¡Nuestro nido se ha vuelto muy sucio! ¡Ya no podemos permanecer más en él! Vayamos a vivir a otra parte, a otro nido. Bien, respondió la mamá pájaro, comprendo vuestro asco, podemos cambiar de nido. Pero ¿acaso no os llevaréis con vosotros vuestros pequeños traseros?»

Cuando la tierra comienza a parecerles inviable, los humanos sueñan con el Paraíso. Pero si se les dejara entrar en el Paraíso, con su corazón y su intelecto llenos de impurezas, pronto lo convertirían en un lugar repugnante. Si fueran puros, adonde quiera que fueran, llevarían el Paraíso con ellos. Así pues, cada vez que se sienten tentados de quejarse de las condiciones exteriores, deberían comenzar por buscar si no es primero en ellos en quién debería cambiarse algo.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niños en Etiopía, octubre 2009{jcomments on}