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El pensamiento de hoy nos habla de la riqueza del alma.
Se nos dice que tiene su origen en la pureza de la vida y en la sabiduría que desciende del cielo.
Nos previene Jesús de la codicia, que durante siglos y siglos viene dominando el patrón de pensamiento de la humanidad.
Hoy, en determinados ámbitos, se vislumbra un cambio, un ideal.
Cada uno de nosotros, en nuestra pequeña o gran medida, podemos ser parte de ese cambio para erradicar esa lacra que marchita la vida.
Nuestra riqueza, en verdad, es nuestra pureza y sabiduría, no nuestras posesiones ni poder.
La dignidad del honesto no tiene precio a los ojos de Dios.
Cada día nos da hermosa ocasión para ejercitarla.
“Entonces Jesús dijo a la gente: prestad atención, no codiciéis nada. La riqueza de los hombres no consiste en lo que parece que tienen: tierras, plata y oro. Estas cosas son sólo riqueza prestada. Nadie puede atesorar los dones de Dios. Las cosas de la naturaleza son las cosas de Dios, y lo que es de Dios pertenece a todo hombre por igual. La riqueza del alma reside en la pureza de la vida y en la sabiduría que desciende del cielo.”
El Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, de Eva S. Dowling (1907), capítulo 111, página 179, Editorial Abraxas (2002). Pintura de Nicholas Roerich: “Tibet. Evening” (1937)