Se nos habla esta mañana de llenarnos de luz para irradiarla al mundo.
Nos llenamos de luz cuando tenemos un corazón limpio y compasivo, y cuando pensamos y actuamos desde la buena voluntad a todo y a todos.
Durante el día tenemos muchas ocasiones para enviar amor y compasión al mundo desde nuestro ser más profundo.
Cuando lo hacemos notamos internamente un alineamiento de nuestras células, un estado de alerta y vigilia que es pariente de la comunión más elevada.
La vida ajetreada y urgente no nos invita a estos estados de comunión. Más bien nos aleja de ellos y nosotros nos dejamos alejar.
Lo prosaico y lo banal ocupan el espacio de lo sagrado y de la poesía, y el rostro humano se endurece y se marchita.
Pero la comunión con el Uno y con el todo nos espera.
Dichosos los que proyectan su amor.
«Acostumbraos a concentraros en la luz. Pensad que la atraéis, que la introducís en vosotros para que llene todo vuestro ser de partículas de la mayor pureza. Y cuando sintáis que habéis incorporado esta luz, ejercitaros para enviarla a través del espacio para ayudar a todos vuestros hermanos y hermanas en la tierra.
¡Hay tanta gente que, con el pretexto de no tener ni dones, ni cualidades notables, se creen justificados para dejarse llevar por una vida mediocre! No, nadie puede justificarse de esta manera. Incluso el ser más desheredado, el más desprovisto, puede hacer este trabajo con la luz; y al hacerlo, realiza algo más importante que todo lo que otros, dotados, capaces, pueden realizar en muchos otros dominios. Incluso el ser más desheredado tiene la posibilidad de adquirir este estado de conciencia superior: atraer hacia sí la luz y proyectarla sobre todas las criaturas del mundo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: bosque en Atlanta, Georgia, Estados Unidos, 10 mayo 2015