En el alba, muy temprano, se orienta nuestro día.

Puede ser uno más, vivido en su mecanicidad, los pies en la tierra, la mirada en el suelo.

Así pasamos décadas y vidas y terminamos marchitos, real y figuradamente.

Pero también en el alba puede orientarse el día a la comunión con algo superior: los pies en la tierra, la  mirada en el cielo.

Aunque nuestra tarea aquí en la tierra tenga que ser prosaica, experimentaremos entonces lo mecánico con otra vivencia.

Nuestra jornada puede llenarse de luz, se nos dice. Depende sobre todo de nosotros.

Las verdaderas riquezas no están donde normalmente buscamos.

La sabiduría ya está escrita, y narrada con el ejemplo de millones de vidas.

“Se tu cumbre”, se nos dijo.

«En el momento que os despertáis, por la mañana, pensad en todas las criaturas de luz que suben y bajan entre la tierra y el cielo. Toda vuestra jornada se llenará de luz… Uníos a estas criaturas, contempladlas en vuestro corazón y en vuestra alma: ya no podréis contentaros con una existencia banal, cada vez seréis más conscientes de vuestros pensamientos, de vuestros sentimientos, con el fin de mantener estas entidades cerca de vosotros.

Aquél que no conoce la realidad de las regiones sublimes y de las entidades que lo pueblan, puede satisfacerse con una vida ordinaria. Pero aquél que la conoce, siente que todo aquello a lo que los humanos suelen conceder valor no es casi nada en comparación. Efectivamente, incluso lo más grande que la ciencia, las artes o la filosofía hayan producido, empalidece a su lado. Es necesario por lo menos conocer la existencia de estas regiones habitadas de criaturas perfectas, para comprender lo importante que es acercarse a ellas.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: en la la cumbre del Weissmies, Suiza, 4.023 metros (21 junio 2011) (foto de Jonás Cruces  <http://www.todovertical.com/>