Hoy se nos habla del mundo de las realidades invisibles, un mundo de gran belleza y luz.

La puerta a ese mundo está dentro de cada cual.


Para abrirla es precisa la pureza de pensamiento y acción.

El ruido circundante, tantas veces banal y zafio, contamina la pureza original.

La tierra pudiera ser un vergel divino, habitado por los hijos del amor y de la luz, pero aún estamos lejos.

Cada uno de nosotros puede construir un pequeño jardín de armonía, de luz, de cuidado y de amor.

Dejar, tras nuestra breve estancia aquí, una pequeña huella de luz.

Los mundos invisibles nos observan.

Todo gesto importa.

«Los Iniciados de la antigüedad no podían evidentemente, tener los mismos conocimientos que los biólogos contemporáneos respecto a la anatomía y a la fisiología. Pero sus prácticas de meditación, de desdoblamiento, les permitía descubrir que más allá de los órganos (estómago, pulmones, corazón, cerebro, etc.) que le permiten vivir en el plano físico, el hombre posee unos centros sutiles gracias a los cuales puede entrar en contacto con el mundo espiritual y llegar a descubrir unas verdades absolutas de estas exploraciones. Es preciso pues que los científicos se decidan ahora a explorar esta capacidad que posee el ser humano de entrar en relación con el mundo de las realidades invisibles, y que con este fin acepten estudiar seriamente las experiencias de los Maestros espirituales y de los místicos. Porque contrariamente a lo que muchos creían y continúan creyendo, el místico no es aquél que se lanza a realizar elucubraciones que no le conducen a nada, salvo a perder la razón. En sus búsquedas, el verdadero místico camina por el camino del equilibrio, la belleza y la luz y de las más elevadas revelaciones.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta