«De aquél que se siente herido, ofendido, con facilidad se dice que es sensible. No, la verdadera sensibilidad es una total apertura a la belleza y a la luz del mundo divino, y un cierre a todas las fealdades y absurdidades del mundo humano. Así pues, lo que se llama generalmente sensibilidad, es decir la capacidad de sentir dolorosamente la indiferencia, el desprecio, las críticas y las ofensas, no es en realidad más que susceptibilidad, sensiblería. Entonces, ¿qué queda para estos pobres desgraciados, para quienes no existe ni el Cielo, ni los ángeles, ni los amigos, ni la belleza, sino sólo la gente injusta, malvada y malintencionada?
No debemos confundir sensibilidad con sensiblería. La sensiblería es la manifestación enfermiza de un «yo» pobre, mezquino, estrecho y neurálgico. La sensibilidad, por el contrario, es un grado superior de la evolución que pone a un ser en relación con las regiones celestiales y le permite vibrar al unísono con toda la belleza del universo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Embalse de Valmayor al fondo, Madrid, 11 de junio de 2016