Hoy se nos llama a intentar ser impecables en pensamiento, palabra y acción.

A considerar la herencia recibida para vivir en dignidad.

Ayer, en un encuentro, pasamos de estar desparramados en las sillas para sentarnos erguidos, muy atentos.

Cuando la música celeste sonó, muchas células desordenadas se ordenaron.

Muchos propósitos olvidados volvieron.

A nuestra mano llegó una espada reluciente para cortar las cabezas de todo lo que nos esclaviza…

¿Podemos los humanos, tan grises y tristes tantas veces, sobrepasar a los arcángeles en belleza y en luz, como se nos dice?

¿Cuál es nuestra predestinación? ¿Mirar abajo o mirar arriba?

A lo lejos, en la montaña, divisamos a un grupo subiendo y subiendo, cada vez más cerca del Cielo.

Con pasos y resolución firme nos proponemos alcanzar a ese grupo al anochecer.

Quizás mañana, al amanecer, ya estemos con ellos…

Es necesario que la religión cese ahora de predicar que los sufrimientos y las desgracias de los humanos son deseados por Dios. La voluntad de Dios, es que los humanos sobrepasen incluso a los arcángeles en belleza y en luz. ¿Los habría creado a su imagen si no fuera para que se acerquen a su perfección?

Entonces, si los humanos permanecen pobres, miserables, desgraciados, es porque olvidan su predestinación; van por caminos tortuosos que les gustan más, y no son los demás, ni el entorno, ni la sociedad, ni las condiciones exteriores, y mucho menos el Señor, los responsables, sino ellos mismos. Por este motivo, cuando os encontráis ante una situación difícil, no acuséis a nadie más que a vosotros de haber olvidado vuestra predestinación divina.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: niño en el jardín de infancia de Pilkhana, del programa Colores de Calcuta, 3 febrero 2012. Autor: Jaime Blanco