Pocas veces en los encuentros buscamos la oportunidad de intercambiar desde el alma.
Construimos así una vida oscura, prosaica. Es la vida-infierno. El valle de lágrimas que interiorizamos y nos interiorizan desde pequeños. Nos miramos unos a otros sin vernos.
Hasta que no trascendamos este mezquino estado de cosas, no podremos entender que existe otra forma de vivir en la que la belleza sustituya a la fealdad y lo auténtico a lo falso.
Esa otra forma es la vida plena. No está exenta de tensión porque la tensión es necesaria para el progreso. Pero tiene propósito, y en el centro de ese propósito hay otra concepción del ser.
Los patrones de pensamiento con los que nos han educado nos hacen correosos, duros, obtusos. Nos mantienen en una vibración burda, tosca. Viene a la mente el corralillo lleno de fango.
Elegir la vibración alta, sutil, es nuestra responsabilidad.
¿Queréis volveros más vivos? ¿Queréis que vuestra vida llegue a ser más intensa en sus vibraciones y sus emanaciones? Entre los miles de consejos que puedo daros, memorizad por lo menos uno. Tomad conciencia de toda la vida que existe a vuestro alrededor y respetadla como una manifestación de la Divinidad. Si tan sólo los humanos aprendieran a respetar esta vida en los demás, ya sería un gran progreso. En cambio ¿cómo se comportan? A menudo sólo se consideran unas sombras o unos robots. Se empujan, intentan aprovecharse los unos de los otros como si fueran objetos o instrumentos, y si se molestan demasiado, el primero que llega es el que elimina al otro. Pero ¿qué vida esperan vivir con semejante conducta? En lo sucesivo, tratad de cambiar de actitud, y ante cada persona que os encontréis, os decís: «He aquí una criatura que es, como yo, el receptáculo de la vida divina. Entonces, respetaré y protegeré a esta criatura.» Es así como vosotros os volveréis también más vivos.
(Omraam Mikhaël Aïvanhov 1900-86. Pensamientos cotidianos www.prosveta.es. Foto: niño de Zway, Etiopia, octubre 2009, autor Pedro Primavera)