La analogía de que todos podemos ser escultores de nosotros mismos es apropiada.

El trabajo interior no requiere de grandes medios, con silencio y perseverancia es suficiente.

En ese trabajo interior podemos ordenar la casa y prepararla para que el trabajo externo tenga otra calidad y cualidad.

Cuando la casa está internamente ordenada y limpia, la expresión exterior reflejará esas cualidades.

Un pequeño trabajo diario puede construir un hábito que nos lleve muy lejos.

Si, hay un libro interno que espera ser escrito con esmerada escritura.

Y cuando el jardín interior florece, el exterior florecerá también.

El ser humano puede ser comparado a un libro, un libro que él mismo está escribiendo. Y a menudo, ¡cuántos garabatos, qué galimatías! Todas las locuras y aberraciones están ahí… Y cuando dos de estos libros se encuentran y sienten atracción mutua, están ahí día y noche ocupados en leerse mutuamente, pero ¿qué aprenden de esta lectura?

Los humanos conocen ciertamente muchas cosas, pero todavía no han aprendido cómo deben escribir su propio libro. Sólo saben crear en el exterior de sí mismos: esculpir, modelar, dibujar, escribir… siempre en el exterior; el interior continúa siendo un terreno baldío. Ya es hora de que tomen conciencia de que deben preocuparse en escribir su propio libro. Entonces, cada vez que se encuentren, se maravillarán de poder leer unos y otros escrituras, dibujos sublimes: las cualidades, las virtudes y los dones que cada cual habrá trabajado en desarrollar en sí mismo.

Omraam Mikhäel Aïvanhov. Foto: afueras de Ahmedabad, Gujarat, India, 30 abril 2009