El sol externo es símil del sol interno.
Nuestro interior puede estar desordenado, disperso. Ocurre con frecuencia y esa dispersión nos impide el equilibrio y la paz.
Cuando hay orden hay una mente clara, que es la antesala a un corazón compasivo.
Por eso nuestra primera responsabilidad cada día es precisamente la de ordenarnos, la de aquietarnos, la de traer paz al interior.
Con frecuencia salimos al mundo en estado de desorden, lo que equivale a levantarse a oscuras: nos chocamos con los muebles y las paredes.
Cuando buscamos ese centro todas las partículas de nuestro ser se alinean y permanecen alerta.
El sol interno es entonces quien dirige y anima nuestra vida.
Es un asunto de responsabilidad, contribuir al mundo ordenados o desordenados.
Porque cuando estamos ordenados podemos recordar las hermosas palabras de Jesús: “Mi Padre trabaja, y yo trabajo con Él”.
¿Queréis encontrar el equilibrio, la paz? Esforzaos en alcanzar cada día el centro divino en vosotros mismos. En ese momento, todas las partículas de vuestro ser, todas las energías que circulan en vosotros se armonizan y se ordenan en relación a ese centro divino alrededor del cual ellas se ponen a gravitar.
El secreto de la vida espiritual, consiste en capturar esa multitud de elementos disparatados que se han dispersado en todas direcciones, y hacerlos volver alrededor de vuestro sol interior como los planetas giran alrededor del sol cósmico. En este momento, efectivamente, se puede hablar de orden, de armonía y de paz, se puede hablar del Reino de Dios: porque hay un centro, hay un sol, un núcleo alrededor del cual todos los otros elementos encuentran su lugar y descubren la trayectoria a seguir.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: amanecer en Torrelodones 13 diciembre 2012. Foto de Olga Melero