La vida exterior nos llama a la dispersión y con ella al desorden.

Pero hay un mundo sutil que nos habla, y que podemos escuchar cuando hay silencio interno y externo.

Nos habla con una dulzura y una bondad que hemos olvidado.

En la naturaleza ese mundo habla con mucha fuerza y cuando intentamos captar su mensaje nuestro interior se abre y expande.

La vida actual nos da pocas posibilidades para recrear el encuentro con el mundo sutil.

Pero el mundo está ahí, invitándonos a ser parte de él.

Cuando se ha bebido el agua de ese mundo, ninguna otra quita la sed.

La vida universal nos llama entonces, llena de milagros.

El cuadro bellamente evoca algo que podemos hacer todos los días: recogernos para unirnos con el Ser (con nosotros) y con el  Creador.

Porque vivían en contacto estrecho con la naturaleza, los hombres de antaño sabían penetrar en sus secretos. Se detenían cerca de una fuente, por ejemplo, y permanecían mucho tiempo allí mirándola fluir, viva, límpida, fresca, y escuchando su murmullo. Poco a poco entraban así en contacto con el alma del agua, el alma de la fuente. Y hacían lo mismo con el fuego, con el cielo, la tierra, los árboles; los contemplaban, los escuchaban. Con el progreso de la civilización (digamos), los humanos han perdido esta relación con la naturaleza, y es una lástima porque así se privan de toda esta vida que circula en el universo y que les habla.

Tratad de volveros atentos al lenguaje de la naturaleza. Incluso si tenéis la impresión de que no comprendéis nada, no tiene importancia: lo importante, es que os abráis, porque así preparáis vuestros centros sutiles que os pondrán un día en contacto con la vida universal.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Óleo de Dora Gil, “Meditación”,  http://www.doragil.com/