Se nos habla de signos precursores, que dan significado a la vida.
La vida, con sus aristas afiladas, sus garras, sus momentos tristes, sus relaciones ácidas, la vida que parece no dar tregua a tantas personas y en gran parte por nuestra ignorancia.
Cada uno de nosotros somos una reproducción diminuta del alma universal, una célula que forma parte de un todo mayor.
Los signos precursores son como profetas que traen esperanza cuando se está bajo, alegría cuando el ánimo se recupera, y certeza gozosa cuando estamos en ese otro peldaño superior.
Las mareas suben y bajan. Y cuando estamos bajos, no pasa nada por recogerse en posición fetal, como en un ovillo, recordando otros tiempos, poniéndose en manos del Divino.
En esos momentos de pulso débil, sin embargo, que los signos precursores nos lleguen muy dentro y permanezcan en nosotros.
Que esta vela encendida en esta ofrenda simple y sincerísima nos acompañe siempre.
Puede suceder que nos sintamos proyectados al Cielo en el momento en que menos lo esperemos. Evidentemente, desearíamos permanecer allí arriba para siempre, pero no es posible, ¡hay tantas cosas que todavía nos mantienen atados al mundo de abajo! Si el Cielo nos concede esta gracia, es para que tengamos el presentimiento, la intuición de este espacio de luz donde estamos destinados a ir a vivir un día. Estas alegrías repentinas que sentimos a veces son el anuncio de una liberación futura.
Cuando los árboles comienzan a perder sus hojas en otoño, sabéis que se acerca el invierno; y en invierno, cuando los narcisos de las nieves comienzan a florecer, sabéis que anuncian la llegada de la primavera. También en vuestra alma, como en la naturaleza, aparecen signos precursores y debéis aprender a reconocerlos y a descifrarlos.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta. Foto: niñas de la residencia de Anand Bhavan dando su bienvenida a los 20 integrantes del I Viaje Solidario, Howrah, India, 29 enero 2011. Autor: Teófilo Calvo