Hoy se nos habla de libertad y se nos invita a ser libres.

Se identifica libertad con luz, con lo que es grande, justo y noble.

Con frecuencia lo grande está en las cosas pequeñas, en muchas cosas pequeñas, una tras otra.

Nuestro espíritu es libre, incondicionado.

Durante un tiempo habita en este espacio limitado y temporal que es nuestro cuerpo, pero el espíritu sigue siendo libre e incondicionado.


Por eso la importancia de la conexión con el espíritu a través del alma, aquí en la tierra. El cuerpo puede así ser vehículo de nuestro Ser.

La esclavitud tira de nosotros con muchos y aparentemente buenos argumentos, y nos dejamos atrapar largo tiempo.

El espíritu espera paciente, a la espera de nuestro despertar, y nos susurra, de vez en cuando: “libérate”.

El ser humano es capaz de dejarse matar para conquistar su libertad. Pero ¿de qué libertad se trata? Solamente cuando consigue restablecer la verdadera jerarquía en sí mismo, el hombre puede pretender ser libre. En este momento se convierte en el rey, vuelve a ocupar su lugar en el trono y todo le obedece: sentimientos, pensamientos, instintos, deseos. Para la mayoría de la gente, la libertad significa abrir todas las puertas o las ventanas, y salir diciendo: «Soy libre», mientras que llevan en su interior todo tipo de prisiones. No, aquél que pone en primer lugar los deseos, los caprichos y las pasiones, es un esclavo y sería más adecuado que fuera a encerrarse en alguna parte, porque con esta clase de libertad sólo puede perjudicar a los demás y a sí mismo. La libertad es el privilegio del espíritu, y por tanto, sólo el hombre en el que gobierna el espíritu, es decir la luz, todo lo que es grande, justo y noble, puede pretender ser legítimamente  libre.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Escena en Calcuta, enero 2011