El pensamiento de hoy nos llama a la conquista, al logro.
Todos conocemos la alegría del trabajo bien hecho, de la misión cumplida.
Cuando uno mira atrás veinte, treinta, cuarenta años, percibe que mucho de lo que parecían pruebas y dificultades fueron en realidad oportunidades para crecer, para subir un peldaño.
Estas dificultades-oportunidades pueden parecernos inconvenientes pero si las utilizamos adecuadamente nos ayudan a conquistarnos a nosotros mismos.
La gradual conquista de uno mismo va desvelando poco a poco al ser verdadero, el que está oculto y que ignoramos tanto tiempo.
Detrás de cada prueba, de cada reto, puede, como nos dice Aïvanhov, que nuestra luz, nuestro amor y nuestra fuerza haya aumentado, y que la alegría y la paz nos invadan.
También puede ocurrir que elijamos la amargura, el cinismo, nuestro endurecimiento interior y exterior: cada prueba añade así una pieza más a la armadura externa.
Las pruebas nos llevan a la conquista de la cumbre particular o a un mundo de amargura.
Los sabios, que ya se quitaron la armadura, caminan hacia esa cumbre.
Podemos aceptar una prueba, podemos comprenderla, pero al mismo tiempo sentir amargura, tristeza, pesar: ¡pensamos que hubiera sido mucho mejor no haber tenido que pasarla! En este sentido, se puede decir que todavía no ha terminado.
¿Cuándo se puede decir que una prueba ha terminado? Cuando somos capaces de alegrarnos de ella. Es posible que aparentemente no nos haya aportado nada, que nos haya hecho perder muchas cosas, e incluso a seres que nos son queridos. Sin embargo, después de esta prueba sentimos que nuestra luz, nuestro amor y nuestra fuerza han aumentado, y la paz y la alegría nos invaden. Sólo en este momento podemos decir que hemos superado la prueba.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: escena en Calcuta, 2006