Hoy se nos llama a un trabajo de escultura.

La pieza a esculpir somos nosotros mismos.

Se trata de quitar todo lo que sobra, de desbastar para llegar a la esencia.

Cuando llegamos a la esencia hay una fusión y una comunión.


El camino es llegar al alma, al centro.

Para ello hay que abandonar la periferia.

Dice el antiguo mantram: “desde ese centro yo, el alma, surgiré. Desde ese centro yo, el alma trabajaré”.

Surgirá entonces nuestro verdadero rostro, el rostro espiritual, pleno de bondad y de amor.

La mirada de Thay es un bello ejemplo.

«Cada ser humano posee un rostro interior, diferente del que presenta cada día a la vista de los demás, y este rostro se modifica continuamente, porque depende estrechamente de su vida psíquica. Es este rostro interior el que debe cada día esculpir, iluminar con sus sentimientos y sus pensamientos más nobles, para que un día impregne y modele su rostro físico.

El rostro que hoy tenéis es la síntesis de los sentimientos y de los pensamientos que habéis alimentado en el pasado, y si no estáis satisfechos con él, de momento no podéis cambiar gran cosa. Por tanto, no os ocupéis de él, esforzaos solamente en aportar mejoras a vuestro rostro interior, porque éste es el modelo a partir del cual se ha formado vuestro rostro físico en el transcurso de vuestras encarnaciones. El rostro físico empezará resistiéndose, pero después de un cierto tiempo, su resistencia cederá bajo el impulso del otro rostro, del rostro del alma, que es poderoso y trata de imponer sus rasgos. Por momentos, puede que su resplandor traspase vuestro rostro físico, y que aparezca entonces furtivamente vuestro rostro espiritual, vuestro rostro de arriba. Continuad con vuestro trabajo: un día vuestros dos rostros llegarán a fundirse en uno.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta. Foto: Thich Nhat Hanh, conferencia en Barcelona 8 mayo 2014 (Koldo Aldai)