Estos días hemos venido hablando de la posibilidad de percibir la gloria alrededor.
La naturaleza, la vida que se manifiesta en cada momento, nos dan múltiples ocasiones para ello.
Podemos establecer lazos permanentes con el mundo invisible. Algunos lo contactan de continuo.
Recuperar la capacidad de maravillarse y de vibrar ante lo aparentemente oculto, ese puede ser el milagro diario.
Según recuperamos espacios de sencillez y de silencio, recuperamos también ese contacto.
Al andar por la nieve recién caída en un día de sol, todo son destellos de luz y de alegría.
Cuando los ojos y el corazón están abiertos, otro mundo se abre ante nosotros.
Vivir en paz, en alegría, en comunión. Ese es el logro de los sabios.
Desde la tierra hasta el sol, y más allá, todo el espacio está habitado. Los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire y el fuego están habitados por toda clase de criaturas que se mencionan en las tradiciones de todo el mundo. Ciertamente, no son quizás cómo han sido descritas por cada religión o cada cultura, pero existen, podemos entrar en comunicación con ellas y hacerlas participar en nuestro trabajo para la venida del Reino de Dios.
Cuando caminéis por las montañas, los bosques, la orilla del mar, junto a los lagos o los ríos, tratad de tomar conciencia de la presencia de todos estos espíritus que los habitan y que ya existían mucho antes de la aparición del hombre en la tierra. Uníos a ellos, habladles, maravillaos ante la belleza del trabajo que realizan en toda la naturaleza. Entonces, serán felices, harán amistad con vosotros y os darán regalos: la vitalidad, la alegría, la inspiración.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: escena de «El árbol de la vida», de Terrence Malick