Nos habla hoy Aïvanhov de nuestra herencia divina.

Atañe a la inmensidad y al infinito, de los que viene nuestro espíritu.

Momentáneamente estamos encajonados aquí, en un cuerpo y en una mente, en un mundo de estrechez, ese “valle de lágrimas”.


No se trata de renunciar a este mundo pensando solo en el otro.

Muy al contrario, se trata de vivir este mundo desde la consciencia ilimitada y plena del otro.

Esta consciencia nos abrirá a la compasión, al amor, y a la inmensidad porque entenderemos la vida y la unidad en su verdadera dimensión.

Viviremos entonces desde otra consciencia, guiados por el antiguo adagio “así como es arriba, es abajo”.

«Cualquiera que sea el estado en el que os encontréis, incluso en el estado más miserable, sed valientes, porque una gran herencia, una herencia divina os está esperando. Si hasta ahora no habíais entrado en posesión de ella, es porque todavía no sois mayores. No es posible conocer la fecha, pero lo que es seguro, es que cuando alcancéis la mayoría de edad la recibiréis. Quizás será dentro de veinte o treinta años, quizás en otra encarnación… Diréis: «¿Pero como podrán encontrarme? Habré cambiado de país, de nacionalidad…» Podéis cambiar todo lo que queráis, las entidades celestiales siempre os encontrarán. Por lo tanto, pensad cada día en esta herencia divina, y este único pensamiento influirá de un modo muy favorable en vosotros. Todo lo que pueda prometerse a los humanos, nunca satisfará la inmensidad de sus deseos. Una mujer, una casa, un pequeño jardín, un coche… ¿qué son? Incluso cuando lo poseen, todavía están insatisfechos. La inmensidad, el infinito, la eternidad, ésta es la verdadera herencia, la única capaz de llenar el corazón del hombre.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: madre recogiendo a su hijo a la salida del colegio, Quang Tri, Vietnam, 30 septiembre 2014 (Jesús Vázquez)