Bendecir es la medicina más poderosa.

Todo puede ser bendecido, sin interrupción, “desde el crepúsculo de la mañana al de la noche”, toda una vida entera.

Los alimentos, los árboles, los atardeceres, los amaneceres, todos los seres con los que nos encontramos…. pueden ser objeto de nuestra bendición desinteresada y, más que eso, amorosa.

La humanidad experimentaría un cambio revolucionario.

Viviríamos otra vida.

Por el contrario, elegimos con frecuencia la malidicencia. Elegimos malvivir. Arrastrarnos por la vida.

Pero algunas personas ya han descubierto el arte de bendecir. Están ya muy cerca del Reino de los Cielos.

“Bendice, bendice, bendice”, ese es el susurro que nos ha llegado esta mañana.

Al cruzaros con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendecid a los que encontráis, derramad la bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos. Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida”.

“El arte de bendecir”, Pierre Pradervand, 1998, página 23 de la edición en español (ediciones Sal Terrae). Foto: Imagen: paseante en el jardín botánico de Calcuta, India, 24 marzo 2010