Hace unos días hablábamos de la desazón que invade a muchas personas ante el estado del mundo.
El pensamiento de hoy está escrito para ellas.
Hay un trabajo a realizar con el Padre. Poco importa, se nos dice, que podamos ver su realización en la tierra.
También se nos dice que con nuestro trabajo, con lo que hacemos y con lo que pensamos, podemos añadir cada día partículas de luz a nuestros cuerpos sutiles.
Nuestra energía puede ponerse al servicio de la empresa más elevada, la empresa celeste, aunque sea trabajando en las actividades más modestas.
Significa, sin más, intentar hacer el bien allá donde vayamos. Intentar ser impecable.
Nuestros cuerpos sutiles absorberán entonces más y más luz, serán más y más puros.
Todo lo demás —que es la Vida Divina instalada en nosotros– vendrá por añadidura.
Es una vocación del hombre la de participar en el trabajo de Dios. Jesús decía: «Mi Padre Celeste trabaja, y yo trabajo con Él.» Y nosotros también podemos participar en este trabajo para que el Reino de Dios se realice en la tierra. Que esta realización esté próxima o lejana, no debe importarnos mucho. Lo que debe importar, es que en el momento en que participamos en ese trabajo gigantesco, noble, divino, que ponemos en ello todas nuestras fuerzas y energías, estamos acercándonos a la Divinidad.
Es muy importante saber con que fin queremos trabajar, en donde ponemos esas energías. Los que participan en empresas deshonestas, se impregnan, sin saberlo, de impurezas que remueven y acaban por destruirles. Mientras que los que participan en una empresa celeste, añaden cada día partículas de luz a sus cuerpos sutiles. Quienes trabajan para el Reino de Dios, es en ellos en donde empieza a instalarlo.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Óleo de Dora Gil, “Serenidad”, http://www.doragil.com/