Una parte importante de la actividad económica que nos envuelve está dirigida a estimular los deseos y las emociones a través del consumo.
Todos somos parte de una forma de vida que se nos presenta como ideal pero que empobrece y vacía nuestro interior, dejándolo yermo.
Los titulares de prensa, las revistas, las televisiones, la radio, los anuncios en la calle: una gran mayoría van dirigidos a remover el mar de las emociones, con cargas continuas que alteran sutilmente nuestro equilibrio vital.
Contamos ahora con el conocimiento suficiente para observar todo ese engaño, y es un ejercicio de responsabilidad individual salir de esa rueda perniciosa, para que no se alimente más.
Tomar distancia desde la simplicidad y desde el silencio es cada vez más necesario. Y más allá de eso, un nuevo ascetismo hace falta.
El ascetismo de escuchar, ver, hablar, consumir y comer solo lo necesario. Para elevarnos en vez de permanecer atados al suelo.
La foto de hoy evoca subir a las alturas, donde el aire es puro y limpio.
El templo que pudiera ser nuestra vida interna está lleno de mercaderes gritando, y cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de construir en el interior un lugar sagrado, del que emane una nueva vida.
Los deseos hacen desaparecer la paz. Crees que adquiriendo cosas te sentirás seguro, pero la realidad es que cuanto más tienes, normalmente más temes perderlo, y estás más lejos de la paz. Los deseos son la causa de todos los conflictos. Cuando quieres algo y no lo consigues, te frustras. Aprender a estar libre de deseos es aprender a estar en paz.
The Gift of Peace, El don de la Paz, p69, Enrique Simó, Universidad Espiritual Brahma Kumaris, 2002. Foto: caminantes en las montañas de Bhutan, 10 mayo 2010