Hoy se nos habla de la pureza.

La vida humana se asemeja a la del río, que nace puro en el manantial y que según va llegando al valle y a la desembocadura se llena de impurezas.

Parece un proceso natural e irreversible y más aún cuando desde pequeños nos enseñamos a ser astutos, interesados, aprovechados, a no renunciar a nada en nuestro pretendido provecho.

Pero a diferencia del río que no puede alterar su curso, los humanos sí podemos cambiar de rumbo.

Es puro todo lo que está inspirado por nuestra naturaleza superior, se nos dice, y también “son las intenciones y los objetivos los que hacen que los actos sean puros e impuros”.

Ante nosotros tenemos dos posibles caminos, el de la pureza y el de la impureza.

El primero llena el corazón de alegría y es el origen de la luz espiritual. El segundo nos llena de deseos imposibles de acallar, en una rueda sin fin.

La alegría nos llama.

«Para muchos, la pureza es un estado maravilloso del que sienten nostalgia porque la asocian a la infancia, a esta inocencia perdida que ya no volverán a encontrar jamás; y puesto que la han perdido definitivamente, se dicen que no vale la pena pensar en ella. Pues no, al contrario, vale la pena pensar en ella porque, en realidad, la pureza es una cosa muy distinta a una virtud de la infancia. Es puro todo aquello que está inspirado por nuestra naturaleza superior; y es impuro todo aquello que está inspirado por nuestra naturaleza inferior. La naturaleza inferior, alimentada por deseos egocéntricos, groseros, empuja a los seres a tomar unas decisiones, unas orientaciones que perjudican a los demás y que también le perjudican a él. La impureza está ahí, es inútil ir a buscarla en otra parte. La pureza y la impureza son pues, ante todo, una cuestión de intención, de objetivos. Son las intenciones y los objetivos los que hacen que los actos sean puros o impuros. Es puro aquél que trabaja con un objetivo desinteresado, aquél que en todo lo que emprende busca el interés de todos. Así pues, si buscáis sinceramente la pureza, preguntaos cómo podéis favorecer las manifestaciones de vuestra naturaleza superior.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: Playa de Mazagón, Huelva, atardecer del 13 de julio de 2014