Se nos habla de construir en nosotros un templo.
El iniciado busca hacer espacio en su interior para “realizar la presencia del Señor”.
La semilla divina ya está plantada en nosotros pero requiere de las condiciones precisas para manifestarse, de un espacio limpio y luminoso en el que crecer.
Cuando la presencia divina se arraiga en nosotros, se nos dice, somos instrumento para hacer el bien al mundo entero.
Esa aspiración, que es la de los iniciados, que es la del Cristo y del Buda, puede también ser la nuestra.
Cada pensamiento, cada palabra y cada acto pueden contribuir a ese objetivo, sin nosotros saberlo.
Un mundo de hermosas posibilidades se abre ante nosotros.
«Una presencia puede ser exterior pero también puede ser interior… Por eso la presencia que los Iniciados desean con más fuerza y que quieren realizar en su corazón, en su alma, es la presencia del Señor. Día y noche trabajan, estudian, se purifican para que su ser entero se convierta en el templo que el Espíritu Santo venga a habitar. Un verdadero Iniciado sólo desea la presencia divina porque sabe que con esta presencia puede obtenerlo todo y hacer el bien al mundo entero».
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86) , “Los poderes de la vida”, página 119, Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Santiago entre Oliveiroa y Finisterre, 10 de junio de 2015