
Nos unimos a la oración de Koldo Aldai, en vuelo de vuelta de Calcuta.
Que su oración sea la nuestra.
Que seamos dignos de la humanidad que sufre.
Que, como dijo Teresa de Calcuta, amemos con todas nuestras fuerzas.
Es tiempo de rebelión contra nuestros egoísmos, contra el egoísmo del mundo.
Sigamos a los ángeles.
Bendice Dios nuestro a toda esa gente de los arrabales de Calcuta que dejamos atrás, a los tres millones de seres que duermen cada día en sus grises calles. Bendice a quienes se confunden con las sombras, a quienes tienen un plástico por techo y el duro asfalto por colchón. A quienes cocinan, lavan, juegan y aman sobre ese mismo duro alquitrán, bajo todo el permanente ruido y la omnipresente contaminación.
Bendice a quienes probablemente nunca volarán como nosotros ahora, a quienes nunca podrán comprar un billete de avión, aunque sólo sea para tomar por unos instantes altura sobre tanta mugre y suciedad.
Bendice por supuesto a los ángeles de humilde shari blanco que pusieron morada en medio de los infiernos. Dicen que no escribamos sobre ellas. ¿Sobre qué sino? Hay heroísmos diarios, constantes, que no procede silenciar. Hay ejemplos excelsos que es preciso aventar. No he visto galones comparables a las tres rayas azules sobre el blanco, al crucifijo en el hombro que ellas llevan, con ejemplarizante humildad.
Koldo Aldai, cuarta entrega de “a India por una sonrisa”. Ilustración: Gotas de vida de Nicholas Roerich (1924)