Hoy se nos habla de elevarnos con nuestra consciencia siempre más arriba, hasta las regiones donde reina la luz.

Esa elevación se logra a través de la meditación y la oración, viviendo cada día desde el alma.

La elevación nos sitúa en otro plano de pensamiento y de acción, y nos hace creadores.

Habla Aïvanhov de “los hijos divinos” que surgen de esta creación: la inspiración, la paz, el gozo, los actos de nobleza y de amor.


Nos quedamos esta mañana con los dos últimos: los actos de nobleza y amor.

Vivir en verdad, en lealtad, desterrando la mentira, buscando amar: cada una de nuestras células vivirá entonces de otra manera y la fuerza nos acompañará.

Es una fuerza muy especial: la de sentirse libre, la de reconocer el alma inmortal.
 

Cada jornada nos da ocasión de empezar una nueva vida y de mudar la piel vieja y gastada, una jornada para intentar amar y no odiar.

«El universo es la obra de los dos grandes Principios masculino y femenino, el Espíritu cósmico y el Alma universal, que se unen para crear. Lo que nosotros llamamos espíritu (masculino) y alma (femenino) son emanaciones de estos dos Principios creadores. Por eso, como ellos, con nuestro espíritu y nuestra alma nosotros somos también creadores. Pero este poder de crear, sólo podemos ejercerlo si somos capaces de elevarnos con nuestra conciencia siempre más arriba, hasta las regiones en las que sólo reina la luz.

Las actividades espirituales que hacen de nosotros unos verdaderos creadores, son la oración, la meditación, la contemplación y la identificación. Con el deseo de unirnos y de penetrar el Alma universal, esta luz que es la materia de la creación, con nuestro espíritu, la fertilizamos. Y nuestra alma, que recibe entonces los gérmenes del Espíritu cósmico, empieza a traer al mundo hijos divinos: la inspiración, la paz, el gozo, actos de nobleza y de amor.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Pintura de Nicholas Roeriich “The Black Gobi” (1928)