Comentamos con frecuencia en estas notas que somos un alma que se encarna en la tierra.
El cuerpo (físico, mental, emocional), que es materia, es el vehículo para hacer posible la encarnación del alma que somos.
Cuando el vehículo inferior (los cuerpos) está alineado con el superior (el alma) el ser humano accede a la plenitud, al infinito.
El alma puede proyectarnos hacia los caminos de la sabiduría y la verdad.
Pero para ello tiene que emprender un vuelo.
Nosotros, desde la personalidad, podemos permitir que ese vuelo ocurra o que nunca tenga lugar.
Podemos atar (anular) el alma, o podemos dejarla libre, para que nos guíe, para que nos informe.
La opción es nuestra: es el libre albedrío.
El alma llama a nuestra puerta, pero hemos de estar muy atentos.
«El hombre no está hecho para quedarse enganchado a la tierra, sino para viajar a los otros planetas, a las otras estrellas, porque para el alma no hay obstáculos. El cuerpo, evidentemente, es demasiado denso, no puede volar por el espacio, pero el alma no encuentra obstáculos, ni barreras, ni pantallas. Solo que, para que pueda viajar, es preciso que sus lazos con el cuerpo no sean demasiado poderosos. SI los apetitos, los deseos, las codicias, atan el alma al cuerpo físico, entonces es su prisionera y no puede emprender el vuelo para experimentar las cosas de arriba”.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Los esplendores de Tipheret, El sol en la práctica espiritual, tomo 10 de las Obras Completas, página 237, Editorial Prosveta. Foto. Camino Ortiz, La Barranca, Parque Regional del Guadarrama, 14 de diciembre 2013 (Fermín Tamames)