Poco a poco los hábitos van conformando en nosotros un carácter.

Muchos de nuestros hábitos cristalizan y erigen altas barreras a nuestro alrededor y, más aún, con las corrientes sutiles.

Otros, en cambio, tienen el efecto contrario: nos abren al mundo humano y sobre todo al sutil, en el que se mueven corrientes muy luminosas.

Con el tiempo, los hábitos pasan a ser parte de nuestra quintaesencia.

La vida diaria, se nos dice, es ocasión para construir el cuerpo de gloria, para vivir en alineación con el Yo Superior, con el alma.

Los malos hábitos nos alejan de esa posibilidad.

El buen poco a poco derriba las murallas, hasta que la barrera entre el yo y el Yo cae por completo.

Descubrimos entonces la esencia, que es limpia, incondicionada, veraz.

Enorme el trabajo que tenemos por delante. Pero posible si dejamos de mentirnos a nosotros mismos.

Para comprender una verdad, no basta con dejar que penetre en vuestras orejas o incluso en vuestro cerebro, porque aún ahí se queda en la periferia de vuestro ser, no penetra verdaderamente en vosotros. Y entonces, un día u otro, se borra y la olvidaréis.

¿Cómo no olvidar las verdades que habéis recibido? Haciendo que se conviertan en vosotros en carne y hueso. En este momento, incluso si perdéis la memoria, no las olvidaréis. Intelectualmente, quizás, no sabréis manifestarlas, porque la facultad de la memoria, unida al plano mental, os habrá abandonado, pero más profundamente estas verdades permanecerán en vosotros. Os las llevaréis cuando partáis al otro mundo, y cuando retornéis a la tierra, siempre estarán con vosotros, porque formarán a partir de ese momento, la quintaesencia de vuestro ser.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Óleo de Dora Gil, “Primavera,  http://www.doragil.com/