
Nos habla Aïvanhov de nuestra cima, la propia de cada cual.
Todos hemos tenido en algún momento un destello de esa cima, desde la que comprendemos más cosas.
Desde esa cima desaparacen la avidez, la ofuscación, el odio. Aparece la confianza. Se percibe otro propósito.
Comienza a intuirse el amor.
La cima está ahí, siempre dispuesta a recibirnos, a acogernos, es un hogar siempre iluminado.
Pero pocas veces la visitamos. Estamos tan distraidos.
Esa cima nos limpia, nos purifica.
La gracia existe.
Los verdaderos cambios no pueden producirse desde la base, sino solamente desde la cima. Por esto, para producir cambios en nosotros y en el mundo, debemos alcanzar la cima más alta de nuestras montañas interiores.
¿Y cuál es esta cima en nosotros? Nuestro cuerpo causal. Debemos elevarnos hasta allí para formular nuestras peticiones, nuestros deseos: se impregnarán de la materia de estas regiones, que es la más sutil, la más pura y por tanto la más poderosa. Impregnados de esta materia, podrán realizarse y aportar grandes cambios en nosotros y en el mundo.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos (www.prosveta.es). Imagen: “Fire Blossom” (1924), obra de Nicholas Roerich