Hoy se nos invita a trabajar como los Iniciados, que son esos seres “que hacen de su cuerpo la morada de la luz”.
De cada uno de nosotros puede emanar luz u oscuridad en función de cuáles sean nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y actos.
En las tradiciones espirituales el cuerpo es el templo del Señor, es el vehículo al servicio del Ser.
Cuando el vehículo está alineado con el Ser irradia todas sus características y una de ellas es la luz.
En el frenesí diario perdemos esta noción y esta conexión.
Y la conexión a la fuente nos da la vida, la renueva.
Sin conexión nos apagamos poco a poco, sin ser conscientes.
Estamos llamados a vivir como seres nobles y puros. Pero elegimos durante un largo tiempo vivir en otras regiones muy inferiores, en la charca.
El arquetipo nos llama una y otra vez, y Cristo, el principio cósmico, pide despertar en nosotros.
«El Iniciado trabaja durante mucho tiempo en hacer de su cuerpo la morada de la luz. Y entonces, como el sol que proyecta sus rayos al espacio, mediante sus vibraciones, sus emanaciones, sus miradas, sus palabras y sus gestos, proyecta luz a su alrededor. Aunque no lo quiera ni sea consciente de ello, este resplandor natural, espontáneo, que es el de su ser profundo, abraza todas las criaturas: buenas o malas, éstas reciben tanto como son capaces.
En sus cuadros, algunos pintores representaron a Cristo rodeado de rayos, lo que significa que con su conciencia, está presente y actúa en todas las regiones del universo. Cristo, principio cósmico, proyecta su luz por todas partes y totalmente. No deja ningún lugar en la oscuridad.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: Playa de Mazagón, Huelva, atardecer del 13 de julio de 2014