Ayer en la bonita meditación de plenilunio el pensamiento simiente versó sobre la frase “reconozco mi otro yo, y al menguar ese yo, crezco y resplandezco”.
Cuando la personalidad o ego se sitúa en el lugar en el que debe estar, surge el Yo superior, el alma, cuya manifestación es la que nos hace crecer y también resplandecer.
Cuando el alma dirige surge la paz en este mundo tormentoso y podemos aspirar a “llevar el cielo dentro”.
Esto es lo que escuchamos del buen sacerdote en la misa de Rubén al final del día: “los niños llevan el cielo dentro”, en el sentido de que su conexión con lo sutil es mucho más potente, en el sentido de un interior limpio, no condicionado.
También los adultos podemos llevar el cielo dentro, si nos ponemos a ello, si menguamos el yo mezquino y pequeño para hacer crecer el yo generoso y grande.
No es tarea fácil pues los patrones y hábitos han construido una costra dura, compacta.
Romper esta costra es tarea necesaria para el inicio de la liberación.
Ojalá, cuando nos vayamos de esta corta vida, alguien de nuestro entorno pueda decir, como ayer se dijo de Rubén: “llevaba el cielo dentro”.
Imagen: “To Kailas. Lahul” (1932), pintura de Nicholas Roerich