Las palabras de hoy son viejas conocidas.

Ocurre en el mundo de hoy que una gran parte de la humanidad vive de espaldas a su naturaleza esencial.

Miles de millones de personas para las que la noción de lo divino y sagrado ya no existe.

Jesús y Buda nos dan de contínuo pautas para vivir en la tierra conectados con el Cielo, recibiendo cada día la energía sutil.


Es energía, como dice Aïvanhov, que nos llena de una vida nueva, plena, verdadera.

Aún así, seguimos dando la espalda a la esencia, y en nuestras vidas es frecuente la ira, la violencia, el dolor y el desánimo.

Estamos en la periferia, alejados del centro.

Cuando uno reestablece la conexión entra de nuevo en casa, en la gran Casa en la que podemos ser acogidos.

««No podéis servir a Dios y a Mammon», dice Jesús en los Evangelios. Lo que significa que no podemos satisfacer a la vez las exigencias de la tierra y las del Cielo.

Para ser reconocidos por nuestros amigos celestiales, debemos renunciar, a menudo, a ser reconocidos por los humanos, es verdad, pero ¿qué importancia tiene eso?… ¿Cuántos años durará lo que ganáis con los humanos? Aunque os aprueben, os alaben, aunque seáis reconocidos por millones de personas, pronto todos abandonarán la tierra, y vosotros también y, entonces, ¿cómo os sentiréis cuando lleguéis al otro mundo? ¿Y cómo vais a sentiros ya, en esta vida, si sois privados de la benevolencia y del amor de las entidades luminosas?

Si os ponéis al servicio del Cielo, no esperéis que los humanos vengan a manifestaros su estima y su reconocimiento: ni siquiera saben lo que sucede en vosotros. Contentaos con trabajar. Cuando sintáis que este trabajo os llena de una vida nueva, ¿creéis que tendréis necesidad de que los demás vengan a aplaudiros y a felicitaros?»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Foto de Kalpa Rajapaksha