El pensamiento de hoy nos llama a la libertad.

Mirando al cielo por la noche, nos dice Aïvanhov, algo dentro se expande.

Por un momento nos alejamos de la vida mecánica de la tierra, de sus banalidades, disputas, conflictos, tragedias.

Por un momento nos despojamos de pesadas cargas y nos sentimos livianos, conscientes de nuestra pequeñez física y tantas veces psíquica.


Entramos en otros planos, desde los que atisbamos nuestro espíritu.

Se produce entonces un proceso de purificación que nos permite volver a nuestra vida con otra mirada.

Una mirada menos estrecha (más inclusiva), menos separadora (más integradora), menos suspicaz (más amorosa).

Esa otra mirada que también podemos mantener en el día a día para espiritualizar la materia e intentar poner en práctica el mandato capital: “amaos los unos a los otros”.

«Cuando el cielo está claro, por la noche, deteneos un momento para contemplar las estrellas. Imaginaos que abandonáis la tierra, sus luchas, sus tragedias, y que os volvéis un ciudadano del cielo. A medida que ascendéis por el espacio, sentiréis que vuestra alma despliega unas antenas muy sutiles que le permiten comunicar con las regiones más alejadas, y que Aquél que ha creado tantos mundos, los ha ciertamente poblado de criaturas más sabias, más bellas y más poderosas que los humanos. Porque cuando vemos a los humanos discutir, pelearse y matarse entre sí, ¿cómo podemos creer que el Creador haya puesto solamente en la tierra -un grano de arena en la inmensidad- a sus criaturas más perfectas.

Al pensar que todas estas estrellas que contempláis existen desde hace miles de millones de años, que la Inteligencia que ha creado estos mundos es eterna y que vosotros habéis sido creados a su imagen, sentiréis que vuestro espíritu también es eterno.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: profesora con sus niños, Quang Tri, Vietnam, 1 octubre 2014 (Jesús Vázquez)