Se nos invita a ponernos en contacto con la vida universal.
La vida nos habla en sus muchas dimensiones, pero nuestros oídos no captan ciertos mensajes.
En ocasiones la vida nos obliga a parar, y una enfermedad o un accidente pueden entonces servir de transmisores del mensaje que de otro modo no llega.
Pero ese mismo mensaje podría llegarnos desde la armonía, desde la paz, a través de nuestros propios centros sutiles.
Hay pues una comunicación que está rota, una línea de frecuencia que está invadida por otras emisoras muy ruidosas.
Urge restablecer los puentes para escuchar la voz del alma, que es sabia y amorosa.
«Porque vivían en contacto estrecho con la naturaleza, los hombres de antaño sabían penetrar en sus secretos. Se detenían cerca de una fuente, por ejemplo, y permanecían mucho tiempo allí mirándola fluir, viva, límpida, fresca, y escuchando su murmullo. Poco a poco entraban así en contacto con el alma del agua, el alma de la fuente. Y hacían lo mismo con el fuego, con el cielo, la tierra, los árboles; los contemplaban, los escuchaban. Con el progreso de la civilización (digamos), los humanos han perdido esta relación con la naturaleza, y es una lástima porque así se privan de toda esta vida que circula en el universo y que les habla.
Tratad de volveros atentos al lenguaje de la naturaleza. Incluso si tenéis la impresión de que no comprendéis nada, no tiene importancia: lo importante, es que os abráis, porque así preparáis vuestros centros sutiles que os pondrán un día en contacto con la vida universal.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta. Imagen: Amanecer en Foncebadón, León (Camino de Santiago), 11 de marzo de 2015 (El Trasgu)