El lado oscuro de la humanidad se manifiesta a diario.

Cuando un hombre aprieta un gatillo o dispara un misil, es creador de oscuridad.

Pero detrás de ese hombre hay muchos otros por acción u omisión.


Acciones u omisiones que tienen que ver con el egoísmo y avidez humanos, y con su estupidez.

Y todo está relacionado.

Pero en esta interdependencia algunas cosas están más relacionadas que otras.

¿Qué fuerzas desencadeno yo en el mundo?

¿Traigo paz y armonía? ¿Traigo conflicto?

¿Tiendo la mano, la aparto?

¿Estoy detrás del que aprieta el gatillo o del que da agua al sediento?

Son preguntas pertinentes ahora que queremos pensar en un nuevo mundo y en una nueva humanidad, porque atañen a nuestra responsabilidad íntima y profunda con lo que ocurre cada día.

Cada uno debemos responder.

Toda actividad, por insignificante que sea aparentemente, un movimiento, un sentimiento, un pensamiento, una palabra, produce necesariamente efectos buenos o malos. Por eso puede decirse que la magia es la primera de las ciencias. Basta un movimiento, una influencia, una impronta, una vibración, para entrar en el campo de la magia. Cada vez que un ser actúa sobre otro o sobre un objeto, realiza un acto mágico. La gente mira, habla, piensa, tiene deseos, sentimientos, gesticula, sin darse cuenta de que todas las fuerzas que desencadenan de esta forma, son fuerzas mágicas. A menudo, en su ignorancia, ponen en acción fuerzas negativas que se vuelven contra ellos, y cuando son alcanzados, mordidos, no comprenden lo que les pasa.

Es pues importante que cada uno aprenda a trabajar sobre sus pensamientos, sus sentimientos, sus palabras, sus gestos, su mirada, con el fin de que las fuerzas desencadenadas por cada una de sus actividades físicas o psíquicas, produzcan únicamente efectos benéficos… benéficos para él, pero también para las demás criaturas en el mundo.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: “Elijah the Prophet”, 1931