Hoy se nos propone llevar una varita mágica con nosotros y trabajar con el poder de la palabra.
Que nuestras palabras sean de inspiración, para vivificar, en vez de para desalentar y destruir.
Que nuestras palabras sirvan a la renovación y limpieza en el mundo, viajando, sin nosotros saberlo, a los rincones más lejanos, plantando una semilla aquí y allá.
Que nuestras palabras traigan calor y armonía, unión, que sirvan para sanar y no para herir.
Podemos hablar sin parar, aún en silencio, enviando nuestro amor a todas partes y dando las gracias a la creación. Por ejemplo esta mañana, a los pájaros que nos acompañan con su canto.
La regla es sencilla, pero muy pocos la siguen: “aprended a hablar con amor y dulzura…”.
Poco a poco notaremos cambios profundísimos en nosotros y descubriremos, sin darnos cuenta, que vivimos en paz.
Aprended a hablar con amor y dulzura, no sólo a los seres humanos sino también a los animales, a las flores, a los pájaros, a los árboles, a toda la naturaleza, pues es una costumbre divina. El que sabe pronunciar palabras que inspiran, que vivifican, posee una varita mágica en su boca, y nunca pronuncia estas palabras en vano porque siempre, en la naturaleza, uno de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire o el fuego, están ahí, atentos, esperando el momento de realizar todo lo que hemos expresado. Puede ocurrir que la realización se produzca muy lejos de aquél que ha proporcionado los gérmenes, pero sabed que siempre se produce. Así como el viento transporta las semillas y las siembra muy lejos, también nuestras buenas palabras vuelan y producen lejos de nuestros ojos resultados magníficos. Si aprendéis a dominar vuestros pensamientos y vuestros sentimientos, a poneros en un estado de armonía, de pureza, de luz, vuestra palabra producirá ondas que actuarán benéficamente sobre toda la naturaleza.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Reglas de oro para la vida cotidiana, p66, Colección Izvor, Editorial Prosveta Española. Imagen: “From beyond” (1936), pintura de Nicholas Roerich