El pensamiento de hoy es una invitación para volver al hogar.
Nos habla de nuestra quintaesencia, que podemos desarrollar o ignorar.
La chispa divina está dentro: puede permanecer larguísimo tiempo apagada.
Pero cuando ese diamante se descubre, se limpia, se rescata, empieza poco a poco a brillar.
Ocurre entonces el milagro: el Yo superior surge, y el yo inferior empieza a retraerse.
Es la gran batalla entre el alma y la materia: “Yo, el alma, surgiré; yo, el que sirve, trabajaré”.
No se trata de que el alma elimine la materia, sino de que el alma (que es lo que somos) exprese sus cualidades a través de la materia (que es lo que creemos que somos).
Hay pensamientos, palabras y actos que nos elevan a los territorios del alma. Otros nos hunden más en el barrizal de la materia desconectada del alma.
Se nos da un gran regalo: la posibilidad de reconquistar nuestra quintaesencia, nuestra realeza. Tardaremos eones pero cada avance cuenta.
Y en el camino podemos encontrarnos, reconocernos, respetarnos.
Todos los humanos están hechos de la misma quintaesencia divina. La diferencia entre ellos está en que algunos han aprendido a trabajar con esta quintaesencia para desarrollarla, mientras que otros la dejan dormir. Es esta quintaesencia la que se denomina imagen de Dios.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), “Qué es ser un hijo de Dios”, p 79, Colección IZVOR, Editorial Prosveta. Foto: cerca del Chomolari, Bhutan, 14 mayo 2010