En el pensamiento de hoy la palabra “Cielo” es sinónimo de mundo sutil y también de alma.
Una dilatación, una expansión llega súbitamente a nuestro ánimo al ver un paisaje, recibir una mirada, escuchar un sonido.
Es como una varita mágica, que nos toca muy suavemente, para conectarnos con otros planos.
Le prestamos atención apenas unos segundos, para volver a donde estábamos antes de ese toque sutil.
Pero vale la pena profundizar en esa luz recibida, explorar, quedarse en ella, mantener el silencio y la atención para que no se vaya.
Poco a poco, el hábito de estar muy atentos nos permitirá recibir más y más estos mensajes.
Y estas revelaciones, estas gracias, nos ayudarán a vivir en armonía, en paz, también en gozo.
El hombre atento recibe incontables bendiciones.
Tratad de tomar conciencia del valor de esos momentos en que, en el silencio y el recogimiento, recibís una luz, una gracia del Cielo. Muchos sufrimientos sobrevienen a los humanos, precisamente porque no tienen esta conciencia. Reciben bendiciones pero las pierden rápidamente, simplemente porque ignoran el valor de lo que han recibido. Se imaginan que el Cielo debe estar siempre ahí, derramando su luz y su amor, y cuando no tienen nada más interesante que hacer, ¡aceptan pararse unos minutos para recibirlos! No, esto no debe suceder. El Cielo no está a disposición de gente ligera y descuidada. En un momento determinado, en ciertas condiciones, derrama sus bendiciones, y si no sois lo bastante conscientes para recibirlas, o si no sabéis conservarlas, tanto peor para vosotros, las perdéis. Cuidado, pues: los días que sintáis que habéis recibido una revelación, una gracia del Cielo, procurad conservarla preciosamente.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Óleo de Dora Gil: “Amanecer” http://www.doragil.com