Recibimos mensajes, si.
Algunos son deslumbrantes en su belleza. Otros son como depósitos de energía que nunca acaba.
Siempre está el potencial: nuestro potencial.
Nos dicen: podéis reconquistar la belleza perdida.
Nos dan estandartes: la dignidad, el propósito, quién sabe cuántos más.
Son los mensajes del mundo divino.
Cuando la luz y la pureza nos acompañan, nos llegan una y otra vez.
Pero estamos embotados.
El cartero, sin embargo, sale todos los días: el zurrón, lleno de diamantes.
Cada día recibimos mensajes del mundo divino. Pero si por la mañana, al despertar, os sentís indispuestos, si, a pesar del programa que os espera para la jornada, todo os parece confuso, es porque no habéis recibido el correo que os estaba destinado. ¿Por qué?… Preguntaos si no os habréis dirigido a lugares un poco turbios donde el correo celeste no puede ir a buscaros.
Los carteros celestes hacen bien su trabajo, pero lo que están encargados de traeros, únicamente lo presentan en lugares luminosos y puros. Si, por pereza o por negligencia, os extraviáis en las capas inferiores de la conciencia donde vuestros órganos espirituales están embotados, no recibiréis nada. Esforzaos pues en volver a subir hasta la luz para coger el correo que se ha acumulado durante vuestra ausencia. Porque debéis saber que nada se pierde. Los regalos y los mensajes que os están destinados, os están esperando, y sois vosotros quienes debéis ir a buscarlos allí donde han sido depositados.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Santiago, entre Estella y Los Arcos, 19 julio 2012