Hoy se nos habla de que Cristo nazca en nosotros.

Jesús enseñó acerca de las cinco virtudes: la bondad, la justicia, el amor, la sabiduría y la verdad.

Cuando el hombre opta por ellas, poco a poco va haciendo un espacio para que un maravilloso invitado llegue y se instale en el interior.

Ese es el Segundo Nacimiento al que nos llama la Navidad, el nacimiento del espíritu crístico en nuestro interior.

Todo corazón alberga la posibilidad de esponjarse, de expandirse, de abarcar el mundo.

También, de endurecerse, de volverse piedra.

En cada instante, Cristo puede también nacer en nosotros, se nos dice.

Qué bello milagro, qué privilegio cuando estamos preparados.

No niego que el nacimiento de Jesús haya sido un acontecimiento histórico de una gran importancia, pero lo esencial son los aspectos cósmico y místico de la fiesta de Navidad. Porque no solamente el nacimiento de Cristo es un acontecimiento que se produce cada año en el universo, sino que, en cada instante, Cristo puede nacer también en nosotros. Podéis releer la historia del nacimiento de Jesús tan a menudo como queráis y cantar: “Ha nacido el divino Niño”; de nada os servirá si Cristo no nace en vosotros. Lo que ahora hace falta es que cada uno tenga el deseo de hacerlo nacer en su alma para llegar a ser como él, a fin de que la tierra esté poblada de Cristos.  Esto es, además, lo que pedía Jesús cuando decía: “En verdad, en verdad os digo que aquél que crea en mi hará, también él, las obras que yo hago. Y aún más grandes”.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Navidad y Pascua en la tradición iniciática”, Colección Izvor, Editorial Prosveta, página15. Imagen: atardecer en el Gobi Occidental, Mongolia, 21 junio 2007