El pensamiento de hoy se refiere a una triste forma de vivir que se da con frecuencia en el mundo.

No hace falta ser millonario para ser víctima del progresivo envenenamiento del que habla Aïvanhov.

La vida, con todos sus retos, podría ser poesía y alegría.

Podría ser encuentro, unión, como tantas veces comentamos en estas notas cada mañana.


Todavía estamos a tiempo de dar un giro a nuestro pensamiento, de mirar con otros ojos.

Estamos en condiciones de percibir la belleza y el sentido de la vida, se nos dice.

De llenarnos de paz y de propósito.

De agradecer.

«Un hombre de negocios que ha ganado una fortuna, no necesariamente os dirá que es feliz. Al contrario, encontrará todo tipo de razones para quejarse. Os contará que está agotado por el trabajo excesivo, que su mujer es derrochadora y que aprovecha sus ausencias para engañarle, que su hijo es un inútil y sus trabajadores son perezosos, que sus acciones han bajado en la Bolsa, que será arruinado por sus competidores, etc. Empezaréis a escucharle, y al cabo de un momento, os sentiréis tan agobiado como él. A pesar de todas sus posesiones, nunca os podrá hacer sentir lo hermosa que es la vida, porque vive con el temor de perder lo que posee. Entonces, como veis, no sólo no os dará nada, porque tiene miedo de que le quiten lo que tiene, sino que además os quitará vuestra paz, vuestra alegría de vivir. Mientras que un hombre que ha trabajado para adquirir riquezas espirituales, siente que estas riquezas son inagotables que nadie puede arrebatarle. Estará siempre dispuesto a beneficiaros, y gracias a él, en cualquier situación en la que estéis, tendréis las mejores condiciones para saborear la belleza y el sentido de la vida.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: la Barranca, 12 junio 2013 (Fermín Tamames){jcomments on}