Ayer en un bonito almuerzo alguien nos habló del silencio que lleva a encontrarse con uno mismo.

El silencio que primero crea incomodidad y luego vértigo, y que cuando se descubre es como una ambrosía en la que se está en contacto con la esencia.

Nuestra esencia, nuestra auténtica naturaleza, está ahí detrás, casi siempre acallada por la fuerza del ego, al que Sogyal Rinpoché describe con mucha precisión: gárrulo, exigente, histérico, calculador.

La esencia está ahí detrás esperando a que la contactemos y frecuentemos, sin distracciones.

Al contactarla, la confianza, el esplendor, surgirán poco a poco.

Es ley de vida y son vasos comunicantes: disminuye el ego, aumenta la esencia, y viceversa.

La sociedad está inundada por los egos histéricos.

Muchos sin embargo, y aunque no lo parezca, están trabajando la maestría.

Podemos unirnos a ellos.

Dos personas han vivido en usted durante toda su vida. Una es el ego, gárrulo, exigente, histérico, calculador; la otra es su ser espiritual oculto, cuya queda voz de sabiduría rara vez ha oído o atendido. A medida que vaya escuchando cada vez más las enseñanzas, las contemple y las integre en su propia vida, su voz interior, su sabiduría innata para discernir lo que en budismo denominamos «percepción selectiva», despertará y se irá fortaleciendo, y empezará usted a distinguir entre su guía y las diversas, clamorosas y cautivadoras voces del ego. Empieza a regresarle el recuerdo de su auténtica naturaleza, con todo su esplendor y confianza.

Comprobará, en realidad, que ha descubierto en usted mismo su propio guía sabio, y conforme la voz de su percepción selectiva se vaya haciendo más y más fuerte y clara, empezará usted a distinguir entre la verdad de esa voz y los variados engaños del ego, y podrá escucharla con discernimiento y confianza.

El libro tibetano de la vida y de la muerte, Sogyal Rinpoche, 1992.  Imagen: pintura de Nicholas Roerich: “Devidar Narsiga” (1932)