«Los hombres todavía no saben lo que es la verdadera belleza de un ser, porque se fijan demasiado en la forma. Si esta forma es armoniosa, agradable, exclaman: «¡Qué belleza!» Pero detrás de la forma, hay otra cosa aún que conocer: los efluvios, las emanaciones que vienen de lo más profundo de este ser, la vida que fluye… Y si pudiésemos ir más allá todavía para ver esta parte de él que vive en las regiones celestiales, descubriríamos una belleza todavía mayor: el esplendor del espíritu. Pero el esplendor del espíritu es de una esencia demasiado sutil para encontrar una expresión física.
La verdadera belleza no puede describirse; es la vida pura, la vida que brota… Miráis un diamante sobre el que acaba de caer un rayo de sol y estáis deslumbrados por este centelleo, por estos destellos de colores… ¡Ahí tenéis la verdadera belleza! Cuánto más un ser consigue capturar la luz para impregnarse de sus vibraciones, de sus manifestaciones de colores, tanto más se acerca a la verdadera belleza. «
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: niña en Mngolia, junio 2007