En nuestra página web tenemos hace algún tiempo destacado un escrito sobre reencarnación y karma en las enseñanzas de Jesús.
Aïvanhov habla con frecuencia de ambas leyes, necesarias para comprender ciertas cosas que sin ellas no tendrían ningún sentido.
La frase de Jesús “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” solo puede ser entendida en términos de reencarnación: manifestar el espíritu en la materia, tal como alcanzaron a hacer los grandes avatares, es una tarea a la que podemos aspirar, pero para la cual necesitamos más tiempo que el comprimido en el breve espacio de una encarnación, de una vida.
Por ello en estas notas hablamos con frecuencia de la ley de la reencarnación o del renacimiento, que permite entender la ley de causa y efecto, según la cual recogemos todo lo que sembramos.
Los humanos pensamos que podemos escapar al engaño y estafa que permanentemente nos infringimos unos a otros y a nuestro propio Ser. Pero se nos dice que el Instructor percibe hasta el crecimiento de una brizna de hierba.
El plan evolutivo es largo, y todos hemos de transitar el camino de regreso al lugar del gran refugio.
Podemos acelerar o retrasar ese regreso. Cuanto antes abandonemos el engaño, hasta en las más pequeñas cosas, más entenderemos ese camino. Es necesario recuperar la limpieza interior que un día perdimos.
Es entonces cuando donde antes solo veíamos oscuridad empezaremos a ver luz.
El cristianismo rechaza la idea de la reencarnación. Éste es un error tanto más grave porque impide a los humanos comprender cómo se manifiesta la justicia divina. No debemos sorprendernos si después todo parece sin sentido: cuando no se ve la razón profunda de las situaciones y de los acontecimientos, se vuelven incomprensibles y se llega a la conclusión de que en todas partes reina la injusticia. Frente al sufrimiento y a la desgracia, el cristiano dice: «Así lo ha querido Dios.» Él mismo, – ¡es extraordinario! – no ha hecho nada para que le hayan sucedido estas desgracias, de las que no es responsable en absoluto, es el Señor quien hace lo que le place, y lo que le place no se basa en ninguna justicia.
Al rechazar la reencarnación, el cristianismo sólo está desorientando a los humanos. Mientras que con la reencarnación todo se aclara: se comprende cómo de una existencia a otra se manifiesta la ley de causas y consecuencias. Ya no es el Señor quien distribuye bienes y males sin que jamás se sepa por qué, es el hombre quien es el actor de su destino. Dios permanece pues en su grandeza, en su esplendor, en su perfección, y sobre todo en su justicia.